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lunes, 31 de marzo de 2014

ODA AL SOLDADO DESCONOCIDO. No hay guerras justas, sólo carne de cañón (de JOSÉ LÓPEZ MATEOS)

Empezó la guerra,
él era casi un niño,
apenas tenía dieciocho años
recién cumplidos.

Le dieron un día
todo el equipo,
un fusil con bayoneta,
bombas y otros artilugios
para matar en otras guerras
a otros soldados desconocidos.

Ese niño soldado no sabe,
que aquellos que mandaron
hacer la guerra,
por causas injustas,
manchando con sangre,
amores y aldeas,
quemaron las casas
de todos los pueblos,
matando a sus hijos,
con ruinas de muerte
dejaron su pueblo
todo destruido.

En sus ojos se veía
un niño asustado y sorprendido,
iba marchando despacio
a lo largo del camino,
pues él muy bien sabía,
que si pisaba una mina,
se quedaría malherido.

Cae la noche en el silencio,
y mientras suena la metralla,
los sonidos de la guerra
en su cabeza estallan.

Se oyen gritos y alaridos
de los soldados heridos,
y cuando todo está en la calma,
tiene helada toda su alma.

Un niño pasa corriendo,
pero una bala perdida,
le ha dado en el corazón
y se muere en el camino.

Un día ese niño soldado,
que solo tenía a penas quince años,
pisó una mina magnética
que le destrozó todo el cuerpo
de los pies a la cabeza.

Cuatro soldados con armas
hacen al chico la vela,
y su madre enloquecida
quiere morir en la guerra,
porque con la muerte de su hijo
se le ha ido lo que más ella quería,
su hijo, su único hijo,
que era lo único que tenía.

Se oyen sonidos de trompetas,
por todas las trincheras,
y a ese soldado muerto
le cavaron una tumba
y la sellaron con piedras,
y allí estará para siempre
en compañía de todas las lunas,
entre amapolas y hiedras.

A aquel soldado
que era casi un niño,
sus compañeros le escribieron
este corto epitafio en su tumba:
Aquí yace el cuerpo inerte
de un soldado desconocido,
que murió en una batalla
y le mató la metralla,
y que descansará ya tranquilo
por los siglos de los siglos.
 

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