ODA AL SOLDADO DESCONOCIDO. No hay guerras justas, sólo carne de cañón (de JOSÉ LÓPEZ MATEOS)
Empezó la guerra, él era casi un niño, apenas tenía dieciocho años recién cumplidos.
Le dieron un día todo el equipo, un fusil con bayoneta, bombas y otros artilugios para matar en otras guerras a otros soldados desconocidos.
Ese niño soldado no sabe, que aquellos que mandaron hacer la guerra, por causas injustas, manchando con sangre, amores y aldeas, quemaron las casas de todos los pueblos, matando a sus hijos, con ruinas de muerte dejaron su pueblo todo destruido.
En sus ojos se veía un niño asustado y sorprendido, iba marchando despacio a lo largo del camino, pues él muy bien sabía, que si pisaba una mina, se quedaría malherido.
Cae la noche en el silencio, y mientras suena la metralla, los sonidos de la guerra en su cabeza estallan.
Se oyen gritos y alaridos de los soldados heridos, y cuando todo está en la calma, tiene helada toda su alma.
Un niño pasa corriendo, pero una bala perdida, le ha dado en el corazón y se muere en el camino.
Un día ese niño soldado, que solo tenía a penas quince años, pisó una mina magnética que le destrozó todo el cuerpo de los pies a la cabeza.
Cuatro soldados con armas hacen al chico la vela, y su madre enloquecida quiere morir en la guerra, porque con la muerte de su hijo se le ha ido lo que más ella quería, su hijo, su único hijo, que era lo único que tenía.
Se oyen sonidos de trompetas, por todas las trincheras, y a ese soldado muerto le cavaron una tumba y la sellaron con piedras, y allí estará para siempre en compañía de todas las lunas, entre amapolas y hiedras.
A aquel soldado que era casi un niño, sus compañeros le escribieron este corto epitafio en su tumba: Aquí yace el cuerpo inerte de un soldado desconocido, que murió en una batalla y le mató la metralla, y que descansará ya tranquilo por los siglos de los siglos.
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